Afectividad en la infancia y en la vida.
Desde el momento de su concepción, los niños, producto del amor entre sus padres, necesitan amor y también lo ofrecen. La afectividad está presente en la vida de una persona desde su concepción hasta su muerte. Por lo tanto, me resulta llamativo que se le conceda tan poca importancia y se aborde de manera separada de la persona, dándole mucho énfasis al aprendizaje cognitivo y a la estimulación temprana. Pareciera que se espera que los niños avancen en etapas de desarrollo y demuestren habilidades para probar que están bien y sanos, pero no se prioriza enseñarles a amar a través del acto de amar.
No estoy diciendo que los padres no amen a sus hijos, aunque tristemente en ocasiones eso sucede. Más bien, pienso que a menudo se confunde el amor con la provisión de cosas materiales. Si bien algunas de estas son necesarias para la supervivencia, como la comida y el abrigo, otras son superfluas o incluso innecesarias y no suplen el acto de entregarse a uno mismo.
Vale la pena, aunque no sea una tarea fácil, enseñar a los hijos desde muy temprana edad a amar. No se necesitan métodos complicados, ya que los niños aprenden principalmente a través de la observación. Esto facilita enormemente la tarea, ya que, al amarse entre ellos y amar a sus padres, aprenderán a amar adecuadamente a las demás personas de su entorno.
En última instancia, deseamos que nuestros hijos sean felices, y para lograrlo, deben desarrollar su carácter y personalidad, así como aprender valores y virtudes. Estos serán, sin duda, los factores clave para alcanzar la felicidad en sus vidas. Por lo tanto, la educación en la afectividad es necesaria e importante, ya que será una fuente de felicidad para ellos y, en consecuencia, también lo será para nosotros.